lunes, 29 de junio de 2015

Dum Laga Ke Haisha: venciendo los prejuicios




No sabría decir si se trata realmente de una tendencia o de si la visibilidad de las mujeres con sobrepeso continúa siendo algo anecdótico. Hay tal abundancia de información gracias a Internet que ya no sé si soy yo quien magnifica un fenómeno que quizá sigue siendo minoritario y en el que me fijo simplemente porque me afecta.


Supongo que, en respuesta a la obsesión por la belleza exterior y los cuerpos esculturales (muchas veces escondida tras una supuesta preocupación por la salud), tenía que salir a la luz la necesidad de muchas personas obesas por aceptarse, valorarse y hacer ver a los demás que también somos válidos y bellos. Si los "friquis" lo han conseguido, quizá ahora sea el momento de reivindicar nuestra diferencia.


Ya digo que quizá su relevancia real sea mucho menor de la que yo percibo, pero mi impresión personal es que sí se están haciendo esfuerzos por mostrar que las gordas también existimos. Desde modelos de tallas grandes a protagonistas en series, como la Rae de My Mad Fat Diary, de la que hablé aquí el otro día, o la Molly de Mike y Molly, vamos viendo que las mujeres con sobrepeso dejan de ser secundarias graciosas para hacerse con papeles protagonistas.


La película de hoy, además, demuestra que esto no se limita a Occidente, sino que esta obsesión por los cuerpos perfectos y la demanda de aceptación por parte de quienes no se ajustan a este canon acaba siendo universal.


Dum Laga Ke Haisha ("Invierte toda tu energía") se estrenó hace tan solo unos meses y, si no me equivoco, formó parte de las pelis que la industria india presentó en Cannes con la idea de distribuirla en Europa. Veremos si realmente llega a estrenarse en salas por estos lares.


La película nos lleva hasta los años noventa y nos cuenta la historia de Sandhya, una muchacha de clase media, educada, inteligente y trabajadora, pero con sobrepeso, a la que casan con Prem, un joven que tiene una tienda en la que graba casettes en el mercado de Haridwar, ciudad santa en la ribera del Ganges. Ninguno de los dos tiene demasiadas posibilidades de optar a algo mejor, por lo que aceptan la propuesta de matrimonio de sus familias y se casan en una ceremonia conjunta con otras parejas.


Sandhya (estupendo debut de Bhumi Pednekar) sufre el desprecio de su marido, que se avergüenza de ella y no duda en mostrarlo, y la incomprensión de su familia política, con la que ahora vive y que no ve en ella más que una fuente de ingresos para mantener su precaria economía.



No nos encontramos ante una película masala ni un Bollywood al uso. Aquí no hay mezcla de géneros ni disfrutamos de un gran espectáculo, con grandes paisajes y mil artificios. Es una historia pequeña y sincera, que huye de los clichés y en la que la química entre los personajes es evidente. Los actores resultan cercanos y creíbles. La banda sonora correa a cargo de Anu Malik, rescatado del casi olvido como el gran Kumar Sanu. Así que sí, la música también tiene ese aire noventero que a mí particularmente me encanta...


Aunque la película tiene algunos elementos cómicos que aligeran el peso de la trama, a veces esta resulta dolorosa de ver. Desde mi óptica de mujer occidental, me cuesta entender por qué Sandhya soporta una relación que no le ofrece nada. Comprendo la actitud de los personajes y aprecio la sinceridad con que están retratados, pero yo en su lugar habría seguido la máxima de "mejor sola que mal acompañada". Así que, entre otras cosas, la película sirve para mostrarnos que hay otros puntos de vista y que nuestra actitud, tan europea, no es el único camino válido. Sobre todo teniendo en cuenta que la acción tiene lugar hace veinte años.


Así, por un lado, tenemos a dos personajes un poco inadaptados intentando que su relación funcione, algo que siempre resulta interesante. Por el otro, es un poco difícil empatizar con el personaje de Prem. Y al acabar la película no puedes dejar de preguntarte si eso realmente es un final feliz o si la resolución resulta un poco patillera y precipitada. Aun así, para mí sí merece la pena ver la película, aunque solo sea para ver el papel de la mujer, y en especial, de ese tipo de mujer, en esa sociedad.






lunes, 22 de junio de 2015

Jab Tak Hai Jaan: así que pasen diez años




Hace unos días comentaba en Twitter que estaba con ganas de ver un dramón, una historia de amor de esas más grandes que la propia vida. Me apetecía pegarme una llantina, sufrir mucho y luego terminar con los lagrimales limpitos, limpitos. Y con el corazón contento.


El caso es que me puse a mirar por Internet y di con Jab Tak Hai Jaan (Te amaré hasta la muerte es el título que le han dado para su distribución en países de habla hispana), de la que no había oído hablar gran cosa. Pero conociendo un poco el estilo de Yash Chopra (que murió poco antes de poder acabar la película) y después del magnífico sabor de boca que Veer-Zaara me dejó, era la candidata ideal. Verla podía ser un tributo y era casi una obligación.


La película cumple todos los requisitos: es una gran historia de amor, de las que traspasan el tiempo y las fronteras. Está protagonizada por el galán por excelencia, nuestro Shah-Rukh Khan, que una vez más logra encarnar al hombre perfecto, al héroe total. Las localizaciones son magníficas y la factura técnica está más que conseguida, con unos paisajes preciosos. Y sin embargo, el filme no funciona, ni engancha ni emociona. Así que intentaré analizar por qué.


El argumento de partida es el siguiente: Akira Rai (Anushka Sharma), una intrépida periodista novel del Discovery Channel, lee por casualidad el diario de "el hombre que nunca muere", Samar Anand, que ha desactivado casi cien bombas durante su carrera en el ejército. Gracias a ese testimonio descubrimos que, diez años antes, Samar estaba buscándose la vida con pequeños trabajos en Londres, donde conoció a Meera Thapar (Katrina Kaif), una joven estudiante de clase alta a punto de casarse, de la que quedó irremediablemente enamorado. Pero su historia era imposible y, Samar, enfadado con el mundo, ahora desafía a Dios jugándose la vida en cada misión. Akira decide contar su historia en un documental y pasa unas semanas siguiendo al mayor y a su compañía en el norte del país.


Para comenzar, la protagonista femenina, Meera, la mujer que roba el corazón a Samar cuando no es más que un joven emigrante intentando abrirse camino, está interpretada por una actriz que no me convence nada. Katrina Kaif es preciosa, sí, pero he visto lombrices con mayor expresividad que ella. Además, se ha puesto dos butifarras a modo de labios que le impiden cerrar la boca y eso, quieras que no, distrae. Baila bien y lleva el vestuario con elegancia (no en vano es modelo), pero es que, para más inri, su personaje es uno de los más tontos que he visto últimamente. Ella desencadena todo el conflicto de la forma más absurda que te puedas imaginar y hace que toda la primera mitad de la película sea un poco ridícula. Además, su química con Khan, por increíble que parezca, es nula, lo cual tiene delito si tenemos en cuenta que la tercera en discordia es Anushka Sharma. Hay momentos en la peli en que realmente deseas que Samar se dé cuenta de que Akira vale mucho más que su antagonista y que con ella formaría una pareja mucho mejor. Como ya demostraron en Rab Ne Bana Di Jodi, entre ellos sí que surge la chispa...


Evidentemente no soy de las que buscan verosimilitud en las películas de Bollywood (un día tengo que hablar por aquí de Chori Chori Chupke Chupke, la peli que me enganchó por primera vez al cine de Bollywood, y que buena, lo que se dice buena, no es ni siquiera para los parámetros indios). Si quisiera realismo y coherencia, vería cine de arte y ensayo, pero es que aquí tenemos momentos de casi vergüenza ajena. Ya en la primera escena vemos a Samar salvando a Akira de morir ahogada porque el agua del lago al que se ha lanzado de cabeza está muy fría (sí, en serio), pero no llegamos a saber cómo ha llegado a la roca desde la que se tira al agua... Es evidente que de algún modo tenía que acabar Akira en posesión del diario de Samar (que está en el abrigo con que la arropa después de salvarla), pero la escena me parece un poco tomada por los pelos y solo me cuadra como product placement de Puma (otro día hablamos de lo entrañable que resulta esta técnica en las pelis indias). Por no hablar de La Promesa, de que en diez años la protagonista no cambia ni de corte de pelo, de la amnesia o de la policía de Londres, que no duda en dejar que un tipo desconocido se acerque a una mochila-bomba...


La banda sonora corre a cargo de A. R. Rahman, el Mozart de Madrás, al que no hace falta ni presentar. Pese a su fama y sus galardones, o quizá precisamente por eso, yo estoy empezando a cogerle un poquitín de manía. Aquí presenta el típico pop-fusión-pastiche blandito que caracteriza a sus bandas sonoras más recientes. Si acaso, destacaría únicamente el tema Heer Heer, que a su vez es un ejemplo perfecto de los gustos de Rahman (por  cierto, aunque las bandas sonoras de Yash Raj no suelen estar en Spotify, este tema concretamente sí que se puede escuchar ahí).


Parece mentira que con unos ingredientes como estos, con uno de los mejores directores de la industria, un guionista de probadísima eficacia, un actor protagonista que arrasa, el compositor más galardonado del país y unas localizaciones preciosas (tanto en Londres como en Cachemira) haya salido un producto tan insulso. Según leo, la peli gozó de éxito internacional tras su estreno en 2012, pero tan solo unos años después parece que ya nadie se acuerda de ella. Y, si dependiese de mí, ahí seguiría. Una pena de oportunidad desaprovechada.








martes, 16 de junio de 2015

My Mad Fat Diary: yo lo que quiero es ser normal



Rae es mordaz, atrevida, valiente, dulce, bella… En su cabeza. Por dentro tiene todo un mundo que compartir. Por fuera… Por fuera tiene un cuerpo que causa rechazo, burlas, pena, incomprensión.


Si la adolescencia ya es difícil en sí, para Rachel Earl (magníficamente interpretada por Sharon Rooney) es un auténtica tortura, que le ha llevado a autolesionarse y a tener que pasar cuatro meses internada en una clínica. Ahora, una vez fuera, vuelven los miedos, la inseguridad, el peligro a la recaída… 


He devorado las dos primeras temporadas de My Mad Fat Diary (basado en el libro autobiográfico My Mad Fat Teenage Diary) en apenas una semana. Yo, que normalmente huyo de las series de adolescentes, me he enganchado a las pequeñas desventuras de esta muchacha de dieciséis años, que nos cuenta en primera persona su lucha constante por ser normal. Porque los demás la acepten y, aún más difícil, por aceptarse a sí misma.


Podríamos decir que la historia de Rae es la otra cara de la moneda de Miranda. Mientras que la humorista, ya adulta, ha asumido sus imperfecciones, se ríe de sí misma y nos invita a hacerlo con ella en una comedia pura, Rae tiene aún todo ese camino que recorrer y la serie, que es más un drama con toques cómicos (y cada vez menos cómica a medida que avanza), no escatima esfuerzos en mostrarnos con crudeza (y con un enorme respeto) todos los obstáculos a los que va a tener que enfrentarse. Y los peores, aunque no los únicos, están en su propia cabeza.


Sin ser una serie perfecta, hay muchas cosas que me gustan de My Mad Fat Diary. Para empezar, y como suele ser habitual en las series británicas, ofrece verdad. Su sinceridad a veces llega a ser descarnada. Los jóvenes de esta serie no están edulcorados e incluso se hace gala de cierto feísmo que resulta de agradecer. Aquí no hay dentaduras blanquísimas ni pieles perfectas, no se afea a propósito a los actores ni se les victimiza, basta con acercar la cámara o dejarles hablar. La comedia es agridulce y te hace pasar de la risa a la mueca en cuestión de instantes.


El dolor de Rae resulta creíble, entiendes por qué acaba cayendo y dándose un nuevo atracón de comida. Entiendes por qué intenta alejarse de los que la quieren. Entiendes por qué está enfadada con el mundo. Pero también entiendes la incomprensión de su madre, centrada en su propia vida. Entiendes por qué no se escuchan, por qué se gritan y se lanzan reproches, y a la vez por qué no pueden vivir la una sin la otra. Hasta entiendes por qué Rae ha podido terminar así… 


El resto de personajes, como Kester o los miembros de la pandilla, están más desdibujados, y creo que eso es un error, aunque poco a poco se va desvelando algo de sus vidas. El penúltimo episodio de la segunda temporada me parece clave a este respecto, además de un paso fundamental en el camino de Rae, y uno de los más conseguidos de la serie, pero no quiero revelar nada. Esa sinceridad en el retrato también hace que comprendamos su postura, sus aciertos y sus fallos. Todos son humanos y nada es blanco o negro.


La primera temporada consta de seis episodios y la segunda, de siete. En apenas una hora, con una estética adolescente muy particular, acompañamos a Rae a su terapia, al instituto, a su casa, a los bares... La serie arranca en el verano de 1996 y la música desempeña un papel importante, con una banda sonora magnífica y muy reconocible (aquí la banda sonora de la primera temporada y aquí la de la segunda), especialmente si perteneces a la generación de los protagonistas, como es mi caso. 


En definitiva, estoy deseando que comience la tercera temporada, que regresa esta misma semana, y ponerme al día de las vicisitudes de la gran Rae y sus amigos. No dudo en recomendar la serie: no hace falta haber pasado por los problemas de la protagonista para disfrutar de esta comedia dramática porque, al fin y al cabo, la adolescencia es una montaña rusa de sentimientos y un calvario universal.