miércoles, 13 de agosto de 2014

Era uma vez eu, Verônica: realismo en la playa



Ya sé que para los hispanohablantes el portugués no es precisamente como el húngaro, pero estos días por fin he terminado mi primer libro y hace algo más de una semana vi mi primera película, así que estoy contenta: objetivo superado.


El libro, Mad Maria, sin ser nada del otro mundo, me ha gustado bastante y me ha servido para darme cuenta de que ya puedo enfrentarme a literatura más seria. Si a alguien le interesa, la minirreseña, como es habitual, está en goodreads. Ahora a ver si tengo tiempo y me animo a ver la miniserie basada en el libro.


En cuanto a la peli, se trata de Era uma vez eu, Verônica, y fue el colofón a nuestro curso de portugués en Carioca Languages (escuela muy recomendable; si tengo tiempo, ya os hablaré de ella). La pequeña trampa es que la vimos con subtítulos en inglés, cosa que agradecí debido al ruido infernal que entraba de la calle y que impedía oir bien los diálogos.


Tengo que reconocer que no estoy en absoluto familiarizada con el cine brasileño. Y no exagero: creo que, además de esta peli, solo he visto Tropa de élite, Cidade de Deus y Central do Brasil. Ya lo sé, no es como para sentirme orgullosa... Pero nunca es tarde, ¿no?


El filme de Marcelo Gomes ofrece una imagen de Brasil totalmente opuesta a la postal que todos tenemos en la cabeza. Y eso es bueno. Huye de los tópicos extremistas de playa o favelas para llevarnos a una realidad mucho más comprensible y cotidiana. La Verônica del título, fantásticamente interpretada con gran contención y naturalidad por Hermila Guedes, es una médico recién licenciada que comienza su residencia de psiquiatría en Recife. Haciendo uso del mismo magnetofón que la acompañara durante la carrera, va confesándose y analizándose como si fuera su propia paciente. 


La vemos en su día a día, atendiendo a sus pacientes, saliendo con sus amigas, disfrutando del sexo, cuidando de su padre... Verônica se enfrenta a todo, se ocupa de todo, se da a todos, física y mentalmente, hasta que queda vacía. Luego, no le queda nada para sí misma. La película no es cruel, ni dura, pero tiene una pátina de melancolía que de algún modo duele. 


El acierto del guion es precisamente la ausencia de acción; al igual que la protagonista, nos mecemos en la calidez y el vacío. Quedamos suspendidos en largas tomas en las que apenas sucede nada. El retrato es casi documental y es curioso que el título aproveche el famoso "érase una vez" para llevarnos al opuesto del cuento de hadas. Si hay alguna magia y algún milagro en la película es la supervivencia y la fortaleza silenciosa de la protagonista, la humanidad y la cercanía de su imperfección. Es una película que se ofrece tal cual, transparente, sin preguntas ni respuestas.


Por cierto, que otro elemento destacado de la película y que no quiero dejar pasar por alto es sus sonidos: tanto los ruidos ambientales, que para mí también forman parte de su alma y que, por sí mismos, constituyen una banda sonora, como la música. Además del frevo más tradicional que el padre de la protagonista escucha continuamente, encontramos varios temas adictivos (como este, o mi favorito, este otro) de Karina Buhr, una cantante desconocida para mí, pero que creo que no voy a perder de vista.


No es de extrañar que la película gozara de éxito en su paso por Toronto, Brasilia y San Sebastián. Sin ser una película que yo habría escogido (entre otras cosas, porque su somera descripción en imdb, por ejemplo, es totalmente engañosa), me alegro mucho de haberla visto y me ha dejado con muchas ganas de ver la última obra del director: O homem das multidões. Seguiremos informando.







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