lunes, 19 de mayo de 2014

Todos los hombres




Don Draper es el protagonista absoluto de Mad Men. Hasta ahí nada nuevo, tampoco vamos a descubrir la pólvora a estas alturas. Es evidente, él aparece en todas las fotos y en casi todas las escenas de la serie. Durante años ha sido un referente en cuanto al Hombre, así, con mayúsculas, ese sujeto protagónico cuyo carisma llegaba incluso a impedirnos ver tanta inmundicia como escondía su bella fachada.



Llevo tiempo y tiempo queriendo escribir sobre Mad Men, una de mis series favoritas. Es evidente que ha llegado a ese momento de curva descendente, si no en calidad, sí en repercusión mediática (aunque sigue siendo una de mis ficciones favoritas, es cierto ya no aparece cada semana en revistas que no tienen nada que ver con lo que la serie quiere ser, pero que sin duda han contribuido a su popularidad, dado que sus audiencias nunca han sido espectaculares). No obstante, este destilado de la realidad, este análisis filosófico de lo que es el hombre, de lo que somos todas las personas, siempre me ha superado y me he sentido incapaz de abarcar desde mi pobre entendimiento lo que supone y lo que me hace sentir. Así que me limitaré a hacer un pequeño apunte tras ver el quinto de esta primera tanda de siete episodios de la séptima temporada (aún no he visto el que se emitió anoche, pero lo solucionaré en breve).


Mad Men es más que una serie. Lo que cuenta sería imposible de describir en un solo post, igual que sería imposible de abarcar en una película. Lo bueno que tienen las series es que su ritmo, sus pausas, sus ciclos y su continuidad permiten una empatía y una involucración que no existe con ningún otro medio. Ni una película ni un libro te obligan a esperar y digerir lo que has visto durante, al menos, una semana. Por supuesto que podemos reservarnos y hacer maratón (de hecho, esta serie se presta perfectamente a este tipo de visionado), pero hay que reconocer que su propia esencia nos lleva a verla, como mínimo, semana a semana, respetando la propia parsimonia que define su desarrollo.


Como ya he dicho, Don Draper es el protagonista absoluto. Incluso sin recurrir a quienes más saben de esto (y que, por cierto, contribuyen enormemente al disfrute de la serie), como Alan Sepinwall o Tom y Lorenzo, es evidente que el señor Draper, “don Don”, es el alma de la serie, el espejo en el que se mira el resto de personajes. 


Por similitud o por oposición, Don, ese Dorian Gray de los sesenta, es quien nos muestra el mundo tal y como hoy en día imaginamos que era, con hippies muy alejados de la idealización y el romanticismo de Hair, y con ordenadores que irremediablemente nos hacen pensar en el 2001 que imaginó Kubrik. Pete Campbell es un conato imperfecto de Don. Lou, una especie de archinémesis gris, como previamente lo fuera Ted, antes de iniciar ese camino de redención opuesto al del protagonista. Peggy es la nueva Don y Megan, la nueva Betty, pero también su antítesis, llena de modernidad, glamour y atrevimiento. Roger es el Don al que Don aspira.Y Joan, la mujer que Don habría necesitado a su lado para no acabar cayendo en esta espiral que ha terminado por provocar nuestra pena hacia un personaje eminentemente repulsivo más allá de su fachada perfecta (¿no os recuerda, además de al bello personaje de O. Wilde, al Boogie Man de Pesadilla antes de navidad, un saco lleno de gusanos?).

Don, personaje magnético por antonomasia, atrae o repele (y dentro de la repulsión, permitidme abarcar también la compasión, por ese halo de superioridad que implica para quien la ejerce) y solo tenemos que observar la reacción de sus distintas secretarias, desde Peggy hasta Dawn pasando por la propia Megan, para darnos cuenta de ello.


Nos cuentan desde el principio de la serie que Don Draper es una mentira, pero en su falsedad es también la esencia de todos los hombres en una ficción que sublima una época para mostrarnos todas las épocas y nos destila la esencia de unos seres humanos para mostrarnos la deseperación, la sensación de pérdida y la alienación de todos los seres humanos. Siendo Don el referente absoluto, tendremos pues a quienes quieren parecerse a él y a los que huyen de su imagen. Tal es su carisma y tal es su importancia. De ahí que Mad Men siga siendo, indiscutiblemente, una de las grandes series de todos los tiempos. Lástima que algunos solo la vayan a recordar porque supuso el resurgimiento del estilo lady.